sábado, 26 de julio de 2008

La autenticidad nunca hay que perderla

En esta era de globalización y de progreso, continuo progreso, me gusta ver como mi ciudad todavía conserva cosas que la hacen ser ella. Pero hay que cuidarlas porque algunas de ellas están en franco declive, en una degeneración que los diferentes políticos que han gobernado la ciudad llevan perpetrando desde hace tiempo. A modo de ejemplo, dos actividades que parecen que tienen su origen en el siglo XIII, se contraponen en su conservación y continuidad. El jueves pasado me dirigí hacia la calle Feria a observar (después de mucho tiempo, la verdad) el mercadillo que allí se sitúa dicho día de la semana. Me ilusionó ver que aquello todavía conserva parte de su encanto, aunque visto desde la perspectiva de la última vez que lo visité, lo vi bastante desmejorado. Es importante que siga existiendo, pero creo que se debería cuidar algunas características de este singular mercadillo y no convertirlo en una zona donde se venda frutas, ropas u objetos que no parecen más que sacados de la basura (por no decir que sean robados). Eso sí, daba alegría ver todavía los puestos de libros antiguos, discos de vinilo del tipo single, cassettes o algunos objetos de anticuario. Creo que ahora mismo lo que sufre el mercadillo es una leve enfermedad, pero deberían tomarse medidas para que no se agravasen sus males, medidas que no creo que necesiten ser faraónicas, sino simples y de un mínimo cuidado.
Al terminar mis compras en este mercadillo, me dirigí hacia Triana, para ver un jueves de "velá" durante el día, cosa que no había hecho tampoco desde hacía algún tiempo. Como era de esperar, me llevé la impresión de una tradición muy viva y que resistiría otros ocho siglos sin problemas. La cucaña, las exposiciones de alfareros en el paseo de Nuestra Señora de la O, las competiciones en el río, los actos en la catedral trianera, y muchas otras cosas que siguen tan vivas como si se hubieran creado ahora con toda la ilusión. No hubo más remedio que meterse en ambiente y comerse unas sardinitas con unas cervecitas...
En definitiva, sin ser tremendista ni derrotista (como algún famoso periodista local en su columna diaria), apostar por cuidar lo auténtico y esencial de la ciudad, sin ello no sería la misma. Así que algún día que nos echen de los bares de la Alameda (lugar que me temo que están intentando convertir en zona super VIP de la ciudad a costa de su esencia), propongo que nos presentemos todos los que allí solemos ir a hacer una "botellona" multitudinaria y llenarla de gente, ya que no nos dejan beber en los bares, hagámoslo fuera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tienes toda la razón; no sólo comida sino también copa. A mí me tocará, espero, dentro de dos años. Y, sí, el próximo verano tiramos los dos para Sicilia porque esa isla merece cuantos viajes hagamos hasta allí. Un gran abrazo, amigo, y hablamos en septiembre. Lo olvidaba: yo también adoro esta ciudad y su esencia. Pásalo bien en Berlin.