Mi cabeza tenía pensado un paseo en plena primavera por una de las ciudades más primaverales que existen, recorriendo su pasado gótico-mudéjar, pero fueron mis pies los que me guiaron por un pasado anterior, el islámico. Mi ciudad tiene muchos pasados, y muchos presentes anteriores. Y eso tenemos la suerte de disfrutarlo. Nuestro casco histórico da para eso y para más. Así mis pies me llevaron a la Costanilla, supuesta situación de donde se produjo el primer asentamiento, allá por el 800 a.C., ya que es la única parte de la urbe que se encuentra en alto y eso la protegía del río y sus crecidas. Allí, inundado por el sol inicio la bajada de la cuesta (actual del Rosario) y cruzando la antigua Plaza de la Pescadería me dirijo hacia la calle Refugio, vestigio del entramado urbanístico que tenía Sevilla en la etapa califal de la invasión árabe. Aquí empieza una proliferación de callejuelas que no han cambiado su d¡sposición desde aquella época. Cuando llego al final de la calle arriba citada se abre ante mí una plaza típicamente árabe, la Plaza, popularmente llamada, del Pan. Como se puede observar, estas plazas fueron llamadas así por el producto que se vendían en ellas (en el recorrido gótico-mudéjar situaremos la Plaza de la Paja, por ejemplo). Como se puede ver en cualquier ciudad árabe de hoy día, como también lo había en la antigüedad, alrededor de la mezquita hay todo un laberinto de calles. Y mis piernas me están llevando hacia la Primitiva Mezquita Mayor de la ciudad de Ysbilya. Pero antes hay que recrearse con la Plaza del Pan (actual Jesús de la Pasión) porque el enclave y la conformación nos indica que la mezquita está cerca. La aglomeración de tiendas es otro paralelismo entre el mundo árabe y la cercanía de la mezquita; es más, aún se pueden observar columnas y capiteles de la época en las tiendas anexionadas a lo que era dicha mezquita. Y más activa la curiosidad cuando uno descubre que prácticamente (salvando las distancias, claro) aún hoy se dedican a lo mismo, a objetos de artesanía y complementos. Estamos entrando en el ambiento bullicioso que rodea a cada mezquita y en esta plaza y alrededores se sigue manteniendo siglos y siglos después. Incluso, se empieza a percibir el olor a incienso y demás hierbas aromáticas que fragancian la zona (pero antes de abandonar la plaza es necesario detenerse en el azulejo con la cita de Ocnos de Luis Cernuda, quien mejor describió la ciudad) y que, dejando a un lado Alcaicería y Siete Revueltas (que nombres tan bien puestos para lo que significan estas calles), nos lleva hacia la calle Córdoba. Al girar y entrar en esta calle, las tiendas nos avasallan y nuestras miradas pocas veces se van de ellas para subirlas al cielo y contemplar la torre-alminar de la Primitiva Mezquita Mayor de Isbilya, situada a mitad de la calle a la izquierda y que está considerada, al menos en su parte inferior antes del posterior remate cristiano, como la torre conservada más antigua de la ciudad, datando del siglo IX. Para observarlo mejor cruzo la puerta situada bajo dicha torre y entro a lo que fue el patio de abluciones de la mezquita de Ibn Addabbás, hoy sustituida por la iglesia del Divino Salvador. En este patio con naranjos se observa el vestigio islámico en la arcada que lo rodea, donde se conservan algunos de sus antiguos capiteles. Es un patio que embruja. Allí, sentado en la fuente que centraliza el patio, me fascina comprobar como el nivel del suelo va creciendo conforme pasan las épocas, ya que con la altura a la que está hoy día, apenas podríamos pasar por algunos de estos arcos islámicos. Es necesario además ver los capiteles y sus formas, son muy curiosas. Después de este leve descanso, sigo andando y salgo por el pasillo que me lleva a la plaza del Salvador con la estatua de Martínez Montañés que sigue viendo a su Señor de Pasión cada Jueves Santo, pensando que su hechura no ha podido salir de sus manos. No puedo seguir andando sin tomar una copa de Barbadillo para apagar un poco la sed en la Antigua Bodeguita del Salvador.
Acabada la parte de la Sevilla califal, mis pies me dirigen hacia la parte islámica almohade, tomando la calle Francos. A la altura de Placentines se intuye la llegada al alminar de la Mezquita Mayor de la ciudad almohade, la Giralda. Una calle diagonal, también de ambiente árabe, que nos dirige al símbolo de la ciudad. Bajando poco a poco por la estrechez llegamos a la gran torre almohade, belleza entre las bellezas (sin que necesite está en ningún ranking de esos que se votan últimamente por internet). Uno no se cansa nunca de mirarla y admirarla. Justo a sus pies restos de los arcos de herradura del antiguo patio de abluciones de la antigua mezquita que allí se situaba, ahora sustituida por la catedral. La entrada al patio por la puerta del lagarto te descubre poco a poco sus dimensiones, y caminando llego a la fuente visigoda del centro, formada por una pila bautismal del siglo V d.C., me vuelvo y puedo posar mi vista en la torre desde otra dimensión a la que anteriormente he tenido de ella, reluciente entre los naranjos. Después de un rato, me dirijo hacia la Puerta del Perdón para abandonar tan turístico lugar y andar en dirección a la parte almohade menos conocida. Cuando giro a la izquierda se abre ante mí la avenida de la Constitución y al fondo, pasando el Archivo de Indias se intuye la situación del antiguo alcázar árabe de estilo almohade que habitaba en Isbilya antes de que Fernando III la convirtiera en Sevilla. Dejando el edificio herreriano a mi izquierda, mis pasos me encaminan hacia la esquina de la calle Santo Tomás, donde se puede divisar la torre de Abd-al-Aziz, antigua torre del alcázar que construyeron los almohades, como parte de la fortificación que rodeaba a éste. Muchos pasamos por delante de esta torre sin prestarle atención, pero está llena de historia de la ciudad. Ha visto mucho desde su privilegiada situación, incluida la última instalación de las farolas para la circulación del tranvía. Poco más adelante cruzaremos por el Postigo de la Plata para adentrarnos en lo que fue el alcázar almohade, empezando a subir la calle Miguel de Mañara. Al fondo se divisa la muralla del actual alcázar, con su color rojo (¿sería el de la época?) que rodea una tapiada puerta de lo que era la entrada real al alcázar, ya que este pasillo de entrada servía de defensa. La disposición de las calles en esta zona está igual que en aquella etapa histórica, siendo su principal enclave urbano la Plaza de la Contratación. En ella, en el edificio que hoy pertenece a la conserjería de gobernación se conservan todavía unos jardines interiores con los mismos caracteres que tenía cuando paseaba por él el rey almohade Nassar. Tras bajar por la calle San Gregorio y cruzar la Puerta de Jerez, es imprescindible ir hacia lo que fue (o iba a ser) el Coliseo y situarse, una vez pasado el horroroso edificio de hacienda, en lo que fue el antiguo Postigo del Carbón (si se quiere hacer el paseo más largo, es interesante pasear por la antigua fundición de moneda y por sus coquetas calles, donde todavía podemos observar restos de la antigua muralla de la alcazaba almohade). Allí, en el lugar en el que se situaba este postigo (aún hay una cerámica que lo marca de la época de la alcaldía de Pablo de Olavide), estaremos situados a los pies de la Torre de la Plata. La restauración del edificio del siglo XVI que rodea esta hermosa torre nos impide verla bien y en toda su dimensión. Así que mejor caminamos hacia el edificio de Moneo, el de Previsión Española, con el que el famoso arquitecto tuvo la consideración de respetar el espacio arqueológico de la muralla que quedaba detrás. Eso sí, nuestro ayuntamiento debería tomarse muy en serio de conservar aquella zona mejor, porque es uno de los restos islámicos más grandes que tenemos. Para terminar, volvemos sobre nuestros pasos, y salimos poco a poco por la especie de pasadizo que hace este edificio de Moneo y contemplamos como se alza ante nosotros la archiconocida Torre del Oro.
PD: a la vuelta hay que pararse en la bodeguita de la Alfalfa y comerse unas albóndigas de choco para reponer fuerzas. Próximamente la Sevilla gótico-mudéjar, algo que un romántico catalogaría de "sublime".